sábado, 27 de diciembre de 2008

Los herederos de una España inexistente




Leo en El Mundo que entre las personas beneficiadas por la Ley de Memoria Histórica para reivindicar la nacionalidad española hay un grupo constituido en “Asociación de Descendientes del Exilio” que está reclamando al Defensor del Pueblo no tener que jurar fidelidad al Rey, como prescribe el Código Civil para el procedimiento de naturalización. Esto, según, porque los antepasados de los tales eran republicanos y porque, además, la obligación del juramento es una “coacción ideológica”.

Gráfico ejemplo de cómo se manifiesta el utopismo revolucionario, combinando los dos elementos básicos de que está hecho: por un lado, una capacidad asombrosa para interpretar la realidad como le venga en gana, sin importársele en lo absoluto que todo cuanto existe contradiga sus tesis; y, por el otro, una cara dura a prueba de bombas para que semejante contradicción no le impida postular los mayores disparates con la autoridad de quien guarda las más profundas verdades.

Porque ahora resulta que lo ideológico no es lo que ellos piensan del gobierno de España, sino el régimen monárquico que lleva treinta y tres años instalado en este país. Este país que, miren por dónde los señores descendientes, no es ya el de sus abuelos, y ni siquiera el que sustituyó al de sus abuelos. Bien hubieran podido preguntárselo a los que pasaron de aquellos tiempos a estos, y vieron la transformación y el relevo generacional, y se convencieron por sus propios ojos de que era imposible pretender cualquier recuperación del pasado: incluso a los que entonces estuvieron en primera fila, como la Pasionaria o Justino de Azcárate, que se avinieron al nuevo orden entendiendo que éste pertenecía ya a otra época. Pero no: parece que los herederos extrañados de la República se identifican más con la contumacia de un José Bergamín, cuyo empeño en sostener que “mi mundo no es de este reino” acabó llevándolo por los derroteros antisociales de los que siguen viendo a España no como una realidad histórica, sino como un proyecto personal para desquite de sus frustraciones: la izquierda abertzale.

Deberían tener los señores descendientes siquiera la lucidez de reconocer que la gracia que les otorga la ley, y que a buen seguro ellos querrán aprovechar, adonde les permite inmigrar sin trabas es al país que ha decidido vivir bajo una determinada forma de gobierno –la monarquía parlamentaria-, con la cual se ha construido la sociedad a la que ahora se les invita a incorporarse. Y que lo hagan, norabuena, y contribuyan a seguirla transformando, faltaba más; porque tampoco la España del futuro podrá ser la del presente. Lo que no se puede es aceptar una nacionalidad a título de inventario para ser español no de la España real y actual sino de una que se reivindica desde el pasado y desde el extranjero.